La navidad grinch

eva morell
5 min readDec 14, 2021

Últimamente, tengo la misma conversación recurrente con amigos, familiares y gente cercana sobre la Navidad. Mi madre comentaba ayer que este año no le apetecía poner el árbol (evento que hemos vivido con intensidad y felicidad durante años en casa, siempre en la mañana del 22 con la Lotería de fondo), y yo me mostraba de acuerdo con ella. ‘No hay necesidad’, le decía. Mi padre, que no lo entendía del todo, decía que ‘el árbol hay que ponerlo’. Pero la negativa estaba ahí. Y claro, en una casa donde la Navidad siempre ha sido un espectáculo decorativo brutal, con muñequitos de madera finlandeses, velas y calcetines tejidos a mano en la chimenea, pues esto es un hachazo. Y, sin embargo, no me resulta extraño que no suceda.

Yo era esa, la del espíritu navideño hasta en los calcetines

La cuestión es que hoy, durante la comida en el estudio, nos hemos dado cuenta de que, en general, nos hemos vuelto un poco grinchs este año. El sinsentido de las luces de Navidad de calle Larios, la masificación del centro histórico a niveles por encima de lo que cualquier pandemia puede gestionar (tema aparte), las calles cortadas, las malas contestaciones, el tráfico, la gente con prisas y gritos; los que se detienen en cada bombilla para hacer una foto (o incluso paran el coche en medio de una rotonda para hacer un vídeo); las comidas de empresa con diademas de reno, brilli brilli y gin tonics sin límite; los buses fletados desde pueblos de otras provincias para ver el espectáculo navideño; los comercios cansados y agotados de las 12 horas de villancicos en altavoces. En una ciudad en la que el turismo está en la cima de la pirámide de la economía, no es de extrañar que esta sea una fecha en la que traten de sacar el máximo partido, sobre todo, cuando el tema se ha convertido en asunto nacional y diría más, internacional, compitiendo con Vigo por ser la urbe con las luces más espectaculares de España. Málaga lleva en la lista de ciudades-internacionales-que-visitar-en-Navidad mucho tiempo, y claro, cuando gastas prácticamente 1.200.000 euros en convertir Larios en una especie de catedral hortera de luces led con Mariah Carey de fondo, pues claro, pocos pueden hacer sombra y otro año más, European Best Destinations ha vuelto a poner a la ciudad en su lista de destinos obligados. Y si a eso le sumamos los cruceristas que van y vienen varias veces a la semana, pues el match capitalista está conseguido para disgusto de los que vivimos 365 días del año aquí.

Siempre he sido una persona con un espíritu de la Navidad bastante grande; os digo más y me confieso, que aquí estamos entre amigas, siempre pensé que había escuchado los cascabeles del trineo de Papá Noel una Nochebuena de madrugada en la casa de mis abuelos, y hasta que me muera, ese tintineo seguirá en mi cabeza (y oye, de la ilusión se vive un poquito), nada más allá de la realidad y de lo que genera tu subconsciente cuando tienes 8 años. Que en mi familia éramos/somos del señor de rojo, nada de Reyes Magos (que una cumple años el 7 de enero, y si no, hay lapso de regalos). Podría culpar a las expectativas creadas desde pequeña, cuando un año, tras unas vacaciones de mis padres en Finlandia, pasaron por la casa del susodicho barbudo en Laponia y en diciembre nos llegó una carta firmada por el mismísimo mister Noel que casi enmarcamos y que mi madre, a día de hoy, sigue guardando en algún cajón de su escritorio junto a nuestras cartas de regalos. En realidad es una época que siempre me ha gustado porque era sinónimo de volver a casa, como el chico del anuncio El Almendro, cuya melodía es de esas que se quedan en tu cerebro (como el turrón duro entre los dientes), y te despiertas por la mañana tarareándola y odiándola a la vez. Y aquí, añado (que ya que nos ponemos a contar intimidades, pues que caiga todo) que en mi casa me llaman “el turrón”, y me produce mucha ternura, de verdad. 16 años viviendo fuera de tu hogar, pues da para muchos turrones, sí.

Probablemente, la pandemia ha hecho que muchos cambiemos de opinión respecto a estas fechas del año. Bueno, no exactamente, en realidad hemos reflexionado y nos hemos dado cuenta de que, a veces, no se está tan mal en petit comité. De que el estándar que tenemos que seguir de comidas-bebidas-regalos-comidas-bebidas-regalos traza un límite, un pelín absurdo, que no genera más que locura consumista y curiosidad y, por supuesto, ansiedad o tristeza, otro maravilloso melón que abrir en estas fechas.

Soy una rara avis en esto de las comilonas y festividades, no tengo una gran familia, no nos juntamos veinte en una cena, no tengo un cuñado cuñado o una tía abuela que me pregunte cuándo voy a casarme o tener hijos. No hay mesa de niños pequeños, ni marisco, y lo más seguro es que lleve las zapatillas de estar por casa y me vaya a la cama después de cenar. No voy a comidas de empresa ni las echo de menos, no hago amigo invisible o me junto a merendar con mis amigos del colegio. No, no tengo el carnet del club de celebraciones navideñas, y aun así, siempre ha sido una de las épocas más felices.

Sin embargo, este 2021 no siento el picorcillo de estómago de antes, esas ganas de encender velas o poner algún adorno en la puerta de mi piso. No sé si es que cuando te vas haciendo mayor vas perdiendo la ilusión, o si las estrategias turísticas y consumistas de las grandes ciudades han acabado por hacerme aborrecer esta época del año. En los últimos años, en estas fechas, me escabullía consciente y rápidamente de los centros aglomerados de Madrid o Barcelona (claro, es que vivías en el centro, Eva, qué esperabas), y metía mi gran maleta en el AVE camino a Mijas, huyendo de luces, canciones y alboroto. Y ahora, después de decidir mudarme a la vida tranquila hace tres años, que han pasado como diez vidas, me encuentro en el meollo del espíritu exagerado en su máxima potencia con luces que se encienden y apagan a ritmo de Queen, provocando que odie a uno de mis grupos preferidos, al menos, durante un par de meses.

La mejor hamburguesa navideña es por supuesto de Luke’s

El único lugar en este mundo pandémico donde siempre vivirá mi felicidad navideña es en Stars Hollow, con Lorelai y su sexto sentido para la nieve, en el malvavisco y la pizza de Antonioli’s, en las películas antiguas y los concursos de muñecos de nieve en la plaza del pueblo. Bueno, ahí y en la bañera de la casita de Kate Winslet en The Holiday, por supuesto. Mientras tanto, en la vida real, donde la Navidad se ha pervertido, seré más grinch que nunca.

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eva morell

periodista. me gustan las minúsculas. creadora de necesidades. tengo una newsletter de cabañas https://elclubdelacabana.substack.com